Un joven cualquiera

 

Un joven cualquiera

Una idea retumba entre las paredes del flaco Juan. Mira el techo, piensa en plata, en hacer plata. Quiere poner un negocio, no sabe de qué, pero quiere tener algo propio, ya se cansó de pasar por bares que lo exprimen y le pagan muy mal: cadete, bachero, mozo, etc. En todos esos puestos te negrean. A veces sale a hacer de Uber con la moto, pero sabe que no es para siempre. Piensa “la vendo y compro mercadería para vender, le pido a mi vieja que me dé lugar en la parte de delante de la casa”. Una verdulería, forrajearía, lo que sea. Son las opciones que se le vienen a la cabeza. ¿Y si no sale y se queda sin moto también? Si tan sólo fuese  fácil ganar el tuqui, o si hubiera heredado algún negocio o herencia, si pudiese haber entrado a algún laburo.

Heredó algo, eso sí, tiene las máquinas de carpintearía de su viejo. Están viejas y herrumbradas. La sierra no va más, es tan vieja que no se consiguen los repuestos. Tampoco quiere terminar como su padre con dos dedos menos por cada mano. Ta loco el viejo igual, los domingos se tomaba unos vinos y retomaba los laburos atrasado, así se hizo volar un par de dedos. Menos mal que se le rompió la sierra si no se quedaba sin mano cualquier día. Todavía me acuerdo de los días que teníamos que salir a las corridas al Padilla porque tenía dos falanges menos. Además tiene 55 años mi viejo y no da más de los dolores de espalda. Definitivamente, no es lo que quiere para él. Igual de vez en cuando les sale un laburo y lo hacen en conjunto, pero cada vez menos, es difícil competir con la cantidad de ofertas a bajo precio que hay de muebles industrializados.

Sabe que nada de lo que piensa lo va a sacar de la pobreza. Todo trabajo implica una ayuda pasajera para poder sobrevivir o solventar algunos gastos. En definitiva, trabajar es sólo eso, un túnel oscuro con una luz muy lejos, que no es la muerte sino jubilarse, pero llegar con la mitad de las energías. Quizá tener la suerte de algún lujo como un pequeño viaje o renovar algo de la casa: un equipo nuevo de música, algunos repuestos para la moto o ropa para salir.

En todo eso piensa el flaco Juan, mientras está tirado boca arriba en su cama. Se levanta y va a la esquina con sus amigos, Ramiro y el gordo Luis. Hablan del mismo tema que ayer. El gordo Luis es terraplanista y antivacunas, Ramiro lo contradice y discuten. Pensaba que a esta altura era un tema saldado, pero parece que no, todavía hay resabios de la pandemia. El flaco llega, se sienta en el mismo banquito que ayer, se saludan. El flaco mira a un punto fijo, no los escucha, no le interesa escuchar, sigue pensando.

El gordo vive con la madre que cobra una pensión, él se dedica a jugar y a cuidarla, están los dos solos. Le encanta el vicio, sale a charlar un rato y se vuelve a encerrar. Está estudiando programación dice, lo hace por su cuenta, no piensa pagarle a nadie para que le enseñe lo que puede encontrar en internet.

Ramiro labura con el padre. Son soderos, salen todas las mañanas a hacer reparto. El viejo lo viene entrenando para que se haga cargo del negocio, los hermanos no quieren saber nada, él es el único que le pone ganas. Lo hace más por la satisfacción del padre de que uno de sus hijos siga con el negocio. Empezaron bien desde abajo, repartiendo con un carro y un caballo, lo que aguanto ese caballo. Después de mucho tiempo compraron la F100. Ahora llegan más lejos, ampliaron la ruta y tienen más clientes. Es el único de los tres que tiene y tuvo novia. Junta plata y sale los sábados con ella. Desde que empezó a andar con Judith se viste mejor, no anda con los botines todos despegados, se baña, y se corta el pelo seguido. Cómo nos reíamos con el gordo cuando empezamos a notar esos cambios.

El flaco se para y se va, los otros paran la discusión y lo siguen con la mirada. Está decidido. Va a vender unas ruedas viejas que tiene en el fondo y algunas otras cosas más y con esa plata hace arreglar la moto. Cada vez que la prende tira humo negro, todos sabemos lo que eso significa y el precio que tiene. Ya la llevo al mecánico y le dio el diagnostico funesto: rectificación de cilindro, y obviamente, cambio de aros y juntas. Sumado a esto el aceite. Se la re banca la Gilera, pero estuvo mucho tiempo sin tener para cambiarle el aceite y la seguía andando igual. Trabajando de Uber se gasta todo aparte. Si logra juntar un poco de plata después, urgente cambio de transmisión. En cualquier momento se empieza a patinar.

Todavía se acuerda de cuando llegó a la Américo Vespucio y 9 de Julio. Lo estaba esperando el grandote ese. Lo pensó bastante. Sabía que no era conveniente llevar semejante chango en la 110. Más de 1.90 medía con seguridad, pero bueno, ya estaba ahí, era un viaje bien pagado. Sintió que la moto no fue la misma después de eso…

También fue cadete de una pizzería del centro, primer laburo con la moto. Había una encargada que era un cuco, muy mala, nadie la quería. Chupamedias del dueño. El otro encargado era más piola, se iba con nosotros a tomar birra después del laburo. Al principio le daban pocos pedidos, hasta que se aprendiera bien las calles y se ponga canchero. Después ya llevaba de a cuatro pizzas para distintos lugares. La mayoría de los lugares y la zona de reparto eran en barrio norte. Muy raras veces salía un pedido para la zona de la México o la Colombia. Un día le sale un pedido para el Hospital Avellaneda. En su cabeza automáticamente se puso la dirección de Av. Avellaneda. Se fue directo. El pedido decía Francisco del laboratorio químico. Se recorrió todo el hospital buscando el laboratorio, preguntaba a los guardias y los enfermeros. Nada. Llegó al laboratorio y nada. Nadie había pedido pizza. Ya no sabía qué hacer, se imaginaba la cara del encargado cuando le diga que no encontró al cliente. Mientras volvía con la pizza por unos de los pasillos leyó el cartel de “Centro de Salud Zenón Santillán” y le cayó la ficha de que estaba en el lugar equivocado. Se había confundido. A toda velocidad sube a la moto y va hasta la México donde está el Avellaneda. “Qué boludo” pensaba, había confundido la dirección con el nombre del hospital. Re tarde se hizo, el cliente debe estar esperando hace rato. Era un sábado a las 12 de la noche, mucha gente preparándose para salir, hacía un poco de frío. Cuando pasó las vías de la Uruguay, se dio cuenta de que la caja que llevaba atada donde estaba la pizza no estaba, no la veía. Mientras andaba, miraba por el retrovisor y nada. Frena y se da cuenta de que la caja iba colgando. Tenía cuatro tiritas para atarla en las manijas de la moto y se habían aflojado con el movimiento. Lo primero que pensó fue en que la pizza debía estar toda aplastada. Muy enojado por todo lo que le venía pasando ató la caja con fuerza, revisó la pizza y estaba intacta por suerte. El famoso cosito de la pizza había cumplido su función, que la pizza no haga contacto con la tapa de arriba. Se subió a la moto y volvió a andar. Al fin en el Hospital Avellaneda, pregunta por laboratorio, le indican y después pregunta por Francisco. Se imaginaba el enojo del cliente por la demora, la pizza fría, etc. Sale Francisco, le recibe la pizza, le paga y se va. Nada. Todo perfecto, incluso le habían dado propina. A volver a la pizzería a seguir repartiendo…

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