El día que conocimos a Iorio

 

El día que conocimos a Iorio.

Seguramente, la mala memoria y la tendencia a distorsionar el recuerdo me lleve a contar esto con algunos equívocos. El 24 de agosto de 2013, tocaba Almafuerte en el club Floresta, era una de las pocas oportunidades de ir a ver la banda porque no venía seguido a la provincia. Un ambiente oscuro, con melenas onduladas y metaleros malolientes. Remeras negras por todos lados de bandas nacionales e internacionales, vendedores que tiran los paños en el piso. Vino en caja, botellas cortadas iban de manos en mano, alegrías y abrazos. Parrillas que humeaban en las esquinas, música por todas partes, mucha ansiedad por ver a la banda. Floresta es el club con la peor acústica de todos, el sonido se vuelve latoso y retumba en todos lados. Muchos sabemos que ir a ver un recital ahí es arriesgarse a escuchar poco, aunque con los años mejoró bastante.

 Ya adentro, el público escucha las primeras canciones con euforia, a Iorio se lo ve molesto desde un primer momento. Entre los músicos se miran un poco desconcertados, el sonido es malo. El tano y Iorio hablan, mueven la cabeza en señal de negación, no entendemos muy bien qué pasa. En la cancha hay que moverse, ir de izquierda a derecha, al medio o más adelante para encontrar el lugar en el que mejor se escuche, por momentos ni si quiera se entiende cuál canción tocan. Pero a nadie le importa todos saltan, cantan y se abrazan; cuando los que primeros identifican la canción reproducen la letra, los demás se suman. Iorio golpea los parlantes, les mete piñas, levanta los retornos y los vuelve a tirar en el piso. Está realmente enojado. Me imagino al de sonido sufriendo esa situación pero no animándose a hacer anda. “Uno viaja tantos kilómetros para no escucharse” dice en un momento, es de las pocas cosas que entiendo que dice entre canción y canción. Ahora sabemos porqué estaba tan molesto, al principio muchos pensaron que era una más de esos arranques de locura que tiene.

  En medio del recital un chango del público lo escupe, no sabemos porqué. Iorio se enoja y le pega con el pie del micrófono en la cabeza, lo increpa “Qué me escupis!” El recital sigue como si nada. La experiencia de ir a un recital aunque no conozcas todas las canciones te cambia. Ver una banda en vivo genera algo que no se logra escuchando en un parlante, muchas emoción puesta en juego. Incluso una banda que no te gusta después de verla en vivo te puede empezar a gustar.

 Termina el recital y nos quedamos ya con un poco de nostalgia, pegados a la valla esperando que pase algo, sin saber qué. Unos minutos después sale Adrián Bin Valencia, baterista desde el 2001 hasta el 2016, ya fallecido. Con total relajación y una lata de birra en la mano, mirando la cancha ya casi vacía. Parece nunca haber estado tocando la batería por más de una hora y media, está fresco como si hubiera salido recién de darse una ducha. Mira el lugar, disfruta la birra, se le acercan algunas personas, se saca fotos y conversa. Nos acercamos, intercambiamos algunas palabras, aunque lo miramos de lejos porque nos inspira respeto. Si no me equivoco llegamos a sacarnos una foto con él, si es así quedó perdida en la cámara de un conocido. Atrás del escenario un falso periodista metalero le hace una entrevista interminable a Beto Ceriotti, el bajista. Se los ve muy compenetrados conversando, el metalero mechudo lo graba con un celular. Aparentemente, es de alguna radio. Nos quedamos escuchando, nosotros queremos saludar al Tano Marciello o a Iorio. Al costado hay una escalera que lleva no sabemos a dónde, algunos se animan a subir. Veo que mi primo sube, me voy acercando despacio, pensamos que en cualquier momento alguien nos puede correr. Cuando voy subiendo escucho la voz de Ricardo que conversa con algunas personas, ahí están en ronda escuchando las cosa que dice. No quería sacarse fotos, aun así lo primero que hago es preguntarle si nos podíamos sacar una foto, accede, la toma aquel conocido que había llevado la cámara. Esa foto se la pedí muchas veces, nunca me la pasó. Un grandoto saca una bolsa y se la pasa a Ricardo, la abre, se pone un poco en la manos y aspira con ganas. Nosotros como estatuas sin decir una palabra ni movernos mirábamos todo. Cuando se da cuenta nos dice que nos vayamos, nos corre. “Vayan a su casa, chicos, cuando lleguen denle un beso a su madre que les dio la teta. Vayan, chicos, vayan. Yo soy una persona grande, no les voy a hacer bien” Mientras empezamos a bajar la escalera de una forma poco elegante nos dice que aprendamos con esmero la práctica del cunnilingus.

 El referente más grande del metal argentino, para nosotros casi un héroe. Este Ricardo que conocimos es muy distinto al que se conoció después en los medios. Lo conocimos por sus canciones como “Sirva otra vuelta pulpero”, “Del colimba” “Memoria de siglos”, “Sentir indiano” y muchas otras que muestran su lado más reflexivo y sensible. También a ese Iorio que respeta al trabajador, a la gente de pueblo, a las creencias de las personas como al Guachito Gil. Hay registros en los que habla de las banderas que recibió de correntinos con imágenes del Gauchito, santo popular en el que las personas depositan esperanza y alivio. Una persona compleja, polémica y que nunca terminamos de conocer.

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