Villa Alem ya no es lo que era (resabios de un barrio). Parte I

  Dicen que había un lugar que le decían "el sapito", ahora es la plaza Güemes; una especie de pantano lleno de sapos y ranas rodeado de casuchas que después fueron a parar vaya uno a saber dónde. Los sapos y ranas eran una constante en el barrio (también los tiros), cuando las calles todavía eran de tierra. Cualquier día lluvioso se las escuchaba croando desde los yuyos que crecían en la calle o en la vereda. Era casi imposible no dormirse por las noches con el ruido de las ranas, la lluvia y el silencio del barrio. Eso sí, cuando llovía había barro por todos lados, calle y vereda eran una sola cosa, el cordón cuneta todavía era la promesa de sucesivas gestiones. 

  Se siente en el ambiente, todavía, esa humedad. Cuando el agua corre, lo hace a grandes cantidades y durante varias horas después de la lluvia. Hay una plaza, la plaza Alem, que escupe agua a borbotones, desde el pasto se ven hilos de agua salir por la vereda, llegando hasta la calle Es una plaza muy húmeda y verde, dicen que abajo hay napas. Villa Alem sigue siendo el recipiente de toda el agua que viene del centro, eso incluye al agua de cloaca. Está a un nivel más bajo que el centro. Antes el agua corría y era una sola laguna de agua entre una vereda y la otra. 

 Antes había una diferencia dentro del barrio, hoy en día más difusa. La calle Matheu marcó el limite entre las calles de tierra y el pavimento, durante largos años. Un paisaje que contrastaba, algo así como la diferencia entre lo civilizado y lo bárbaro. Hasta un zanjón que estaba sin entubar después de esta calle mostraba esa diferencia. Ahí podíamos encontrar mojarritas, anguilas, yuyos, cubiertas, zapatos y personas que eventualmente se caían y/o tiraban. Fue un emblema del barrio mucho tiempo, si mal no recuerdo tengo hasta fotos al lado del zanjón.

  Las calles en este suburbio eran oscuras, escenario de muchos asaltos, ya que los choros encontraban escondites en la oscuridad. La iglesia San Pedro Nolasco, ubicada en una de las partes más oscuras era ideal para un escondite a la noche. Obviamente, los que vivíamos en esa cuadra lo sabíamos y a determinada hora ya no salíamos. Los focos colgaban en el medio de la calle o de las esquinas ahorcados por un cable que cruzaba de un poste al otro, no alumbraban nada, excelente puntos para practicar puntería con piedras, enojo de viejas del barrio y de Edet después de eso. No sé porqué cuando uno es chico tiene fascinación por hacer estallar vidrios con piedras tiradas a mano o con hondas: botellas, ventanas y focos de la calle. Eso de tirarse cosas se extendía a bolunchos o semillas de siempreverdes con las "plantas de tubitos", una mezcla de dolor y mojado por baba podía quedarte en el cuello. 

  Teníamos algunos personajes, pero entre ellos se destacaba uno bastante conocido, porque a veces se lo podía ver por barrio sur haciéndole la multa a algún auto mal o bien estacionado. Después de escribir en una agenda invisible con una lapicera invisible, caminaba con las manos agarradas atrás. Los pasajeros del 11 seguro lo habrán visto haciendo el rol de inspector que sube a controlar que todo vaya bien en el colectivo. El "el loco Lito" seguro si pasaste por acá te intentó alcanzar con un cascote. Me acuerdo una vez estando parado en el medio de la calle, señalaba con el dedo a un grupo de chicos que eran el blanco de la piedra que pensaba tirar, pero el vaivén de la mano apuntaba en sentido contrario, no nos podíamos explicar cómo pensaba pegarles tirando la piedra hacia otro lugar. Saporiti era otro, fantasmagorico, raras veces visto, el equivalente al viejo de la bolsa de otros lugares, lleno de bolsas, manchado con aceite, daba miedo pero era sumamente inofensivo, sólo pensaba en tomar. Por esto podríamos decir que es cuna de muchos borrachos anónimos y caminantes

  Según otros recuerdos de mi abuelo, era un barrio complicado, de barras muy grandes y "guapos peleadores". Ser de afuera en Villa Alem era motivo suficiente como para que te pongan a prueba. Si no tenías un cigarrillo para convidar o plata para dejar, los bifes no se hacían esperar. 

  Hoy lo que más extraño de ese antiguo barrio es el silencio, se volvió muy transitado y ruidoso, por la cantidad de vehículos que pasan y los colectivos. El progreso tiene sus consecuencias y costos, supongo. Ya no caminamos por la calle, salvo por algunos pasajes poco transitados. Tampoco reconozco a todas las personas con las que me cruzo, seguro muchos de nosotros nos convertiremos en un "flaneur"

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